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Mostrando entradas de julio, 2018

Bajo el sol

I Y ahora bajo el sol parece tan sencillo dejarse ir, hacerse volumen con lo sólido y estar, tan sólo estar, callada, abierta a la evidencia de esta luz que es calor y que penetra,-no pensar, no elevarse, no salir- aferrarse a la entraña, estarse dentro, ser uno con la piedra, con el mundo, y escuchar las pisadas y sentir esta calma vacía y expectante de lo inmóvil. II Del sol nos reconforta esa extraña manera que tiene de posarse en las cosas más hondas. El sol en la dulzura y acidez de este trozo de melocotón que me llevo a los labios, el que cambia mi sed por la luz penetrada que ahora me penetra a mí también y me ciñe en su abrazo manso y breve, su frescura de luz sobre la arena. III No hacer nada. Flotar. Perseguir peces de colores mientras el sol irisa las aguas turquesas. Todo lo que se mueve compone una canción que nadie escucha. Las algas, por ejemplo, que se abren y se cierran al ritmo de las olas y se dan a los peces y al silencio del mar y al vagar de mis

Silbar

Y hoy todo lo daría por ser una vez más la que camina al son de su alegría sin cuidados, la que pasa silbando y se le vuelan los pies y la razón y el pensamiento, aquella que se fue, que irá, que anda sin tiempo entre las cosas como si un viento fácil, imprudente, la llevara más lejos de sí misma. Mi madre me dijo el otro día que no le gusta la gente que silba. A mí me encanta silbar. No he querido profundizar en el desencuentro, pues supongo que a mi madre le gusto igualmente, por pura obligación familiar o costumbre histórica, pero la frase me ha hecho reflexionar sobre este acto irreflexivo que supone ponerse a silbar en algunos momentos. Me gusta recorrer los pasillos del instituto donde trabajo silbando a pesar de la mirada censora de algunos compañeros, silbar las canciones que suenan en la radio del coche, entonar canciones difíciles a golpe de chiflido supone un reto apasionante para mí. Creo que una de las mejores metáforas de la felicidad es la imagen de

Siempre recomenzando

“En cierto sentido, aquí interpreto mi vida, una vida con sabor a piedra caliente, que se ha llenado con los suspiros del mar y el zumbido de las cigarras que empiezan a cantar a esta hora. La brisa es fresca y el cielo azul. Amo esta vida de abandono y quiero hablar de ella con libertad: me otorga el orgullo de mi condición de hombre”. Albert Camus – Nupcias en Tipasa El tiempo gira. De nuevo empieza a asomarse el tiempo vacío del verano. Y con él, una actividad que he descubierto hace poco, pero que llena mis días estivales: escribir un diario. Hace meses que estoy alimentando la idea de escribirlo. Meses en los que voy redactando frases sueltas o imaginando qué cosas haré para poder contarlas después. Imposible no reparar en la filigrana ontológica que supone este afán de vivir para contarlo. Y los ríos de tinta que se han vertido en torno a esta cuestión. Desde el honor de los héroes (lo que contarán de nosotros cuando estemos muertos, que seguro que es nada) has