No sólo es ir al campo a caminar en buena compañía es
advertir que la vida prosigue con su baile de siempre, ajena a la avidez de
nuestra mirada, independiente de nuestro análisis y nuestro conocimiento, de
nuestras preocupaciones, que alegre y descuidada se despliega y repite y
desparrama en aromas y flores, en insectos y trinos, en verdes incontables,
inmersa en su atavismo de regresos y huídas, de ruedas infinitas, en sus ganas
de darse sin porqué. Las retamas radiantes y excesivas, los mudos alcornoques y
sus siglos a cuestas, el rodeno y las jaras florecidas, los remansos de agua y
los helechos, las aliagas, los pinos, las hormigas, el zumbido feliz de las
abejas, el canto de las aves, las luces que dibujan sobre el suelo la silueta
de un cardo, el aroma suave del cantueso y el verdín de los troncos en la umbría.
Todo sigue su curso a pesar nuestro, prosigue su canción mientras intento
cantar en estas líneas su efusión incansable. Un lagarto despierta tras el muro
de una antigua trinchera, un pétalo de orquídea rompe el verde del botón que lo
encierra y se entrega al vacío, un tronco se derrumba (¿y quién lo escucha?)
sobre un lecho de enebro y manzanilla o una gota de agua acaricia la piedra. Las
cosas importantes están pasando ahora mismo en cualquier senda del mundo, en
cualquier cima, en bosques y llanuras, lejos, muy lejos de nuestras humanas inquietudes,
de nuestros desvelos, de nuestras zozobras absurdas.
Es mayo, treinta y uno. El sol sobre las cosas es aún el gesto despistado que una mano dibuja al despedirse. Tú comes un yogur sentada junto a mí en el banco del parque. Yo miro alrededor y pienso en cómo hacer para parar ese ahora que pasa a toda prisa. Vivir con más conciencia cada paso. Sentir la intensidad de este momento. Tú comes el yogur muy lentamente, mojando la cuchara con la punta, ajena a todo aquello que yo pienso. Si seguimos así, el yogur durará hasta que se haga la hora de comer. Por un momento siento la tentación de darte prisa, de coger la cuchara y cargártela más. Qué tontos los adultos, cómo pasa delante de nosotros esa sabiduría que albergamos de niños. Vivir la eternidad consiste en eso: tardar más de una hora en comer un yogur.
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