Adolescente fui
en días idénticos a nubes,
cosa grácil,
visible por penumbra y reflejo,
y extraño es, si
ese recuerdo busco,
que tanto, tanto
duela sobre el cuerpo de hoy.
Luis Cernuda, Donde habite el olvido
Es una tarde de domingo de 1994. La chica está en su casa
con los deberes sin hacer. Han cambiado la hora, y anochece muy rápido, y una
nostalgia densa, irrespirable, anida en su habitación, junto al flexo naranja.
No ha sido capaz de encontrar una excusa para bajar a la calle. Afuera están
las cosas que desea. En su carpeta, fotografías de Kurt Cobain, portadas de los
Led Zeppelin, mandalas coloreados con ceras Manley, dibujos a medio hacer y
entradas de discoteca. Como el tiempo no pasa de ninguna manera y en su cuarto vacío apenas pasa nada, decide
llenar su soledad escribiendo en un folio todo lo que le ocurre. Es algo, por
otra parte, que le pasa bastante a menudo.
Ha leído a algunos autores, pocos; ha sentido vivamente la
dentellada del desamor, porque el mordisco del desamor no entiende de edades ni
de experiencias; le preocupa lo que ocurre en su entorno y le gustaría hacer
algo por cambiarlo. Las ideas bullen en su cabeza. Y ella escribe, y piensa, y
mira sus recuerdos, los del escaso tiempo perdido -a sus ojos tan vasto-, sus
minutos volados convertidos en fotos y en billetes de metro y en frases
garabateadas en servilletas y en rosas disecadas colgadas en la pared.
Al final de la tarde, guardará sus papeles en la carpeta,
mezclados con los apuntes del Romanticismo tardío y el cuadro de los pronoms febles. Y es probable que piense
que todo aquel caudal de letra impresa es un tesoro. Tal vez imagine a la mujer
que unos años más tarde mirará esa carpeta, riendo al encontrar las cuentas de
los días, las agendas, los flyers, las revistas…
Hoy ha sido esa tarde: papeles llenos de frases, dibujos que
auguran el futuro, la balumba de números, de cuentas y de días, los tachones,
las notas, las canciones, las cartas, los listados, los deberes de mi madre,
las manualidades. Hay cajas infinitas con pines y con piedras, con folletos de
viaje, con periódicos viejos, con apuntes de física, con collares y cuentos y
novelas. Y sobres vacíos. Y folios vacíos. Y cartas sin enviar.
Ahora es la mujer quien mira a la muchacha. Frente a ellas:
un abismo de fechas y papeles, una pira de nombres nunca dichos, carpetas y
carpetas donde seguir guardando las huellas de este miedo, de este miedo vacío,
interrogante.
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