La historia empieza y termina en el mismo sitio, en el mismo lugar donde termina el viaje y empieza el cuento: en las palabras que, como las piedras en el lecho de un río, intentan frenar la corriente sin conseguirlo. No detener, sino ralentizar. No inmortalizar, sino recordar. La idea de montaña no se desvanece en la llanura, persiste en estas palabras, se clava en medio del folio de mis párpados como una astilla de luz. Recordar la montaña, reivindicarla, es ahora más que nunca un acto necesario, un imperativo moral. Escribir sobre ella es una forma de traer al presente su lección, de no olvidarla durante todo el año. Delante de mis ojos, interpuesta entre el mundo y mi conciencia, persiste su figura aunque no esté, como siguen los árboles meciéndose en la noche aunque no los veamos. No sabemos del bosque mas que el sueño de bosque que en nosotros perdura. Del árbol, su paciencia y sus afanes de subir a lo alto. Sabemos de la cumbre lo que el tiempo levanta en la eterna distancia de lo vivo.
Hartos de caminar por la penumbra de las autopistas, por la negrura de los peajes, la montaña nos espera como la madre que es, como el refugio que fue, como la metáfora rotunda de una forma de vida en extinción. La idea de montaña se dibuja ante mí con tanta reciedumbre que de pronto parece que esté ya caminando entre sus árboles. No es sólo que la piense con la fuerza con que a veces pensamos las cosas por venir. Es más bien la llamada de algo atávico, del tiempo en que corrimos por sus sendas. Y aunque ya nada queda de aquellas correrías entre rocas, huyendo de animales, bebiendo de los ríos, untando con el barro nuestras caras, hay un latido sordo, inexplicable, que nos zumba los oídos al pensarla, al pensar en la altura y en el frío, al soñar el azul de su relieve cuando ya cae la noche y sentimos el fuego de aquel tiempo perdido en las entrañas. Caminar y pensar: traducir a palabras lo que va transcurriendo con nosotros. Hay algo inexplicable en este hablar de ella y a la vez hay algo por completo racional, algo buscado. La montaña se erige en mi pensamiento como una frontera que separa, oculta o sugiere lo desconocido: costura de cordillera como velo que queremos rasgar para desvelar la verdad. Después se descorre la niebla y comienza el teatro de los montes. Ya huele a primavera.
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