Cada mes de febrero
empiezo el mismo poema. Anoto mentalmente el primer verso cuando giro la curva
que conecta la pista de Ademuz con la CV-336. Luego todo prosigue como siempre:
las clases, las reuniones, los deportes, las citas, las lecturas, las compras,
los recados. La emoción del poema se va desvaneciendo día abajo y al llegar a
la noche apenas es un hilo de voz y no hay palabras que logren darle forma. Sin
embargo, a la mañana siguiente, al tomar la rotonda, la misma rotonda gris de
todos los días, descubro que la emoción persiste detrás del quitamiedos, desnuda
y recortada contra un cielo amarillo, rebosante de luz, de poesía. ¿Cómo hará
para ser, en tan breve intervalo, la misma cosa, otra? Prometo recordar esa
pregunta y escribir el poema justo antes de entrar al instituto. Luego todo se
borra con la goma del tiempo y es otra vez el día -ya siguiente- y yo voy en mi
coche conduciendo y apenas se divisa la salida hacia Bétera ya siento que me
sube la leve turbación de lo que espero. Cada día recorro la misma carretera y
cada día, al girar otra vez, más llenos aún de vida los almendros inundan mi
presente: las copas encendidas -¿hasta cuándo?-, los tonos infinitos que van del
rosa al blanco, su efímero prodigio y estas ganas de escribir un poema que lo atrape.
¿Será que no escribirlo es una forma de mantener intacta la emoción? Continuo
al volante, saboreo ese dulce fracaso de no encontrar palabras y volver a
empezar, como vuelve el almendro con sus flores a llenar mi visión de primavera.
Es mayo, treinta y uno. El sol sobre las cosas es aún el gesto despistado que una mano dibuja al despedirse. Tú comes un yogur sentada junto a mí en el banco del parque. Yo miro alrededor y pienso en cómo hacer para parar ese ahora que pasa a toda prisa. Vivir con más conciencia cada paso. Sentir la intensidad de este momento. Tú comes el yogur muy lentamente, mojando la cuchara con la punta, ajena a todo aquello que yo pienso. Si seguimos así, el yogur durará hasta que se haga la hora de comer. Por un momento siento la tentación de darte prisa, de coger la cuchara y cargártela más. Qué tontos los adultos, cómo pasa delante de nosotros esa sabiduría que albergamos de niños. Vivir la eternidad consiste en eso: tardar más de una hora en comer un yogur.
No sé por qué esta incomplitud del poema inoido que retorna vívido cada mañana m erecuerda a esta oda de Keats
ResponderEliminarOda a una urna griega
2
Dulces son las oídas melodías, pero las inoídas
son más dulces aún; sonad entonces suaves caramillos
no al oído carnal, sino, más seductores,
dejad que oiga el espíritu tonadas sin sonido.
Hermoso adolescente, bajo los árboles, no puedes
suspender tu canción ni nunca quedarán los árboles desnudos;
amante audaz, no alcanzarás el beso
tan cercano, mas no penes;
ella no puede marchitarse, aunque no se consume tu deseo,
para siempre amarás y ella será hermosa.
Versión de Angel Valente
Gracias Isabel, qué buen enlace de palabras y cuántas resonancias
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