La verdad de la piel reaparece en verano con una claridad que nos desarma. Su mandato sin ley nos hunde en la penumbra del deseo: el mínimo temblor de esa brisa serena que llega en la mañana y nos hace buscar en la sábana muda el perdón de su amparo. La piel que es la memoria de otras pieles y a la vez nada sabe, porque es como una niña que reclama su ración de caricias. Agua fría de mar, arena entre los dedos de los pies, abrazo de toalla, el tacto de la piedra junto al río, el roce de la sábana, los hombros, la cintura, las cosquillas. El tacto que es el gran desconocido. Y que nos desconoce. Pues solo se puede tocar la piel ajena con nuestra propia piel. La piel que nos reclama, la piel que deseamos, tiene el tacto de nuestros propios dedos, la textura de nuestras manos. La suavidad, una quimera. Imposible saciar el afán de mecerse en otros brazos, pues de allí procedemos, de la cuna matriz, del brazo rama, del otro corazón en nuestro oído. El amor es la piel, es el contacto
Blog personal de Lola Mascarell. Historias cotidianas, del aula a la poesía