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Mostrando entradas de marzo, 2016

Leer

Voy en el tren: regreso. Han cambiado la hora. Por eso el sol poniente ilumina la escena. Su luz llena el vagón de una atmósfera cálida, propicia a la ensoñación y a la lectura. Sobre mi mesa plegable, tres libros y un cuaderno de notas. Hay tiempo por delante: 365 kilómetros. Y silencio, sobre todo silencio, porque al menos ahora ya hay vagones donde no suenan los móviles. Medito sobre la lectura antes de sumergirme en ella. Sobre el poco margen que la vida actual y sus falsas necesidades dejan a los libros. El tren, sin ir más lejos, alcanza ya los 300 kilómetros por hora: nos hace llegar antes –el tiempo es oro- y nos deja, por tanto, menos tiempo vacío. Recuerdo una conversación reciente con mis alumnos lectores (de esos que ya están en el secreto, de los que paran una conversación para apuntar referencias de futuras lecturas, de los que las malas lenguas dicen que no existen). Hablamos de cómo a veces nos perdemos en tantas tonterías que los días se acaban sin haber