Leer. Acompañar la vida con más vida. Hacer que la primavera
florezca el doble. Ser una pieza más del universo: un leyente entre pinos
desgajando palabras, escondido en el ritmo feliz de la naturaleza: el agua del
aspersor, el croar de las ranas, el trino constante de los pájaros (quién sabe
cuáles y por qué), las voces aledañas: ¡buenos días!, el aleteo pertinaz de las
palomas… Todo unido a la música de las líneas que se enredan como ramas con el
mundo, y lo duplican.
Leer por ejemplo Las cosas del campo, mientras tiembla de
verdes el jardín. Que las palabras acompañen a la nube, que la empujen más
alto, que la llenen de seda y de misterio. O pensar bien el barro: su blandura,
su olor, su manto fértil.
En la sombra del níspero, comprender variaciones, ritmos de
cosecha, ausencias de fruto y flor. Adivinar el miedo y la compasión en la
muerte de un escarabajo. Y también su belleza.
Levantar la vista del libro: acostumbrado como está al
trajín de lo urbano, el ojo tarda unos días en habituarse a la quietud de la
naturaleza, a los pequeños acontecimientos que suceden en ella: el vuelo
errático de los murciélagos cuando bajan a beber a la piscina, la fila de
hormigas que atraviesa las baldosas de la terraza como si por allí pasara una
atávica senda, las pequeñas flores amarillas que han salido del tronco de la
palmera.
No es suficiente con verlo. También hay que acompasar la
mirada al ritmo de las cosas del campo: ser pacientes y silenciosos como la
lagartija que espera al mosquito en el techo del porche, atentos como la urraca
que persigue al gusano entre la hierba, lentísimos como el caracol que recorre
las piedras de rodeno tras la lluvia. Sólo así las palabras se atreven a dar
cuenta de esa magia ordinaria y de pronto tangible.
Lentamente, la vida al aire libre nos da su recompensa de
episodios únicos. Ayer, durante la cena, un saltamontes llegó a la terraza y se
quedó quieto junto a nosotros, como si viniera a decirnos algo. Tensó las patas
traseras, caminó por el gres con parsimonia, nos miró en un breve destello de
algo parecido al pensamiento y se marchó de un salto, asustado de su propia
sombra.
Esta mañana ha sido el zureo de las palomas, que parecía un
diálogo repleto de significados. Incluso las ranas que viven en la piscina
parecen ocultar en sus cantos algún secreto arcano. Porque también el oído se
afina. Y la imaginación.
Cada pequeña anécdota deja en el párpado un interrogante
abierto, un enorme signo de exclamación.
Vuelvo al libro: también allí la vida se prodiga en su
música precisa de palabras y de imágenes.
Parece que no pasa nada, ni siquiera el tiempo.
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