Voy en el tren: regreso. Han cambiado la hora. Por eso el
sol poniente ilumina la escena. Su luz llena el vagón de una atmósfera cálida,
propicia a la ensoñación y a la lectura. Sobre mi mesa plegable, tres libros y
un cuaderno de notas. Hay tiempo por delante: 365 kilómetros. Y silencio, sobre
todo silencio, porque al menos ahora ya hay vagones donde no suenan los
móviles.
Medito sobre la lectura antes de sumergirme en ella. Sobre
el poco margen que la vida actual y sus falsas necesidades dejan a los libros.
El tren, sin ir más lejos, alcanza ya los 300 kilómetros por hora: nos hace
llegar antes –el tiempo es oro- y nos deja, por tanto, menos tiempo vacío.
Recuerdo una conversación reciente con mis alumnos lectores
(de esos que ya están en el secreto, de los que paran una conversación para
apuntar referencias de futuras lecturas, de los que las malas lenguas dicen que
no existen). Hablamos de cómo a veces nos perdemos en tantas tonterías que los
días se acaban sin haber abierto un libro; y los años, con cientos de volúmenes
sin terminar. Hay que leer -les digo, me digo- hay que huir de las “bellezas fáciles que no requieren
esfuerzos, ni excesivas pérdidas de
tiempo”, zafarse del utilitarismo, olvidarse de los vídeos de gatitos, de los
test de personalidad, de las imágenes fáciles que pueblan nuestros móviles y de
los falsos cantos de sirena que la comunicación permanente nos susurra al oído cada día
desde las pantallas táctiles. Leer nos proporciona placer pero no da dinero,
por eso el sistema fuerza cada día su maquinaria para evitar que perdamos el
tiempo en cosas improductivas como leer –pensar- (salvo que leamos
best-sellers), o como amar (salvo que amemos mientras compartimos Big Mac y
Coca Cola).
La cita y la dirección de las ideas me llevan al libro que
me dispongo a terminar y que sigue en la mesa plegable iluminado por el sol: La
utilidad de lo inútil, Nuccio Ordine, Acantilado. Un libro que todos deberíamos
leer, en especial los docentes, porque, poco a poco, metidos en la balumba de
las TIC y los estándares de aprendizaje, nos vamos olvidando de los clásicos en
pos de otras lecturas de más fácil acceso, igual que los sistemas educativos
están más preocupados por los conocimientos útiles: el comercio, la
electrónica, la tecnología, la empresa…, que por el arte, la literatura o
la filosofía. Como si un poema, un cuadro o una explicación del mundo no
tuvieran ningún interés ni ninguna importancia en nuestras vidas.
Tampoco la enseñanza parece interesarle al sistema
educativo, sobre todo si va dirigida, claro, a despertar la pasión y el interés
del alumno y no a prepararlo para que se convierta en un individuo útil, no
importa si ingeniero o simple mano de obra. Una mala enseñanza, apunta el libro
citando a George Steiner: “es, casi literalmente, asesina y, metafóricamente,
un pecado. (…) Una rutina pedagógica, un estilo de instrucción que,
conscientemente o no, sea cínico con sus metas meramente utilitarias, son
destructivos”.
¿Estamos matando a nuestros alumnos? El tema da para varios
miles de páginas. Sin embargo, con su tamaño actual, el texto (apenas cinco
párrafos) ya es demasiado largo para colgarlo en el Facebook, pues como todo el
mundo sabe, el número de lectores desciende proporcionalmente al aumento del número
de palabras. Además, mi nuevo Iphone, que ha permanecido callado hasta ahora,
requiere una actualización que exige mi atención y cuidados. Así es todo el
tiempo: puro y vacuo entretenimiento fácil.
Sin embargo, estoy de vacaciones, y sigo trabajando en la
enseñanza, no puedo parar de hacerlo, igual que no puedo parar de leer o de
garabatear versos. Hay una cita en esta línea que me gusta para concluir este
escrito:
“No se conoce –recordaba Max Scheler, citando a Goethe- sino
lo que se ama, y cuanto más profundo y cabal quiera ser el conocimiento, más
fuerte, vigoroso y vivo debe ser el amor, incluso la pasión”
La pregunta es entonces: ¿Por qué le tenemos tanto miedo al
amor?
Es como mínimo curioso cómo llega uno a lugares desconocidos por puro azar. En la parte superior de mi bitácora hay un enlace a la sorpresa, siguiente blog, dice.
ResponderEliminarLa tentación es leve y no conlleva riesgo, así que, con cierta displicencia, apoyar el puntero y cliquear es un hecho. Ahí tengo un blog nuevo para mí, leer es ya el próximo cometido; entonces sucede, cuando nada más empezar quedó prendado por la claridad y amenidad de lo que voy leyendo.
Qué pena no poder conversar sobre temas que me resultan tan interesantes. Me gusta, pienso, y cuando algo gusta se razona en modo pesquisa, en intentar saber.
Hay una frase “igual que no puedo parar de leer o de garabatear versos”que me llama. Descubrir tu poesía es el próximo paso, en ello estoy.
Saludos.
Gracias por tu comentario. Últimamente me asomo a esta ventana menos de lo que quisiera. Pero es una alegría saber que hay quien la encuentra casualmente, y la lee. Y esa es también una forma de dialogar. Un saludo.
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