Ir al contenido principal

Pedalear

“Según pedalea, el paseante de pronto reconoce esa paradójica euforia, tan física como espiritual, que en ocasiones experimenta mientras sigue cualquier improvisado trayecto. Contempla delante de sí su larga sombra, que el sol de la tarde proyecta sobre el camino. Mira también cómo avanza el minucioso relieve del asfalto bajo el girar constante de las dos ruedas, los sucesivos baches que evita, esas piedrecillas diminutas, y no deja de sentir que su movimiento se sostiene sobre un único punto invariable que jamás cambia de sitio. Marchar en bicicleta le parece el mejor ejemplo de ese extraño devenir sin tiempo en que todo sucede”
Antonio Moreno. No lejos

Hay una nostalgia física, un estremecimiento del cuerpo que difícilmente se podría traducir a palabras: un saber de las piernas, un afán de los pasos, una sed de mirar. Es oler primavera y empezar a pensar en caminos y curvas, en senderos y huertas, en esas tardes lentas del verano en que todo parece demorarse, en esa sombra limpia y alargada de los árboles que guardan y custodian mi paseo. Andar es regresar.
Regresar a un espacio; regresar a unos temas. Quizá nunca me alejo demasiado. Por eso tantas veces me quedo en el silencio, sin escribir, abismada en las vueltas que da mi pensamiento en torno a un mismo tema (salir a la intemperie y descubrir el hilván de los tiempos que me cose a la vida, la alegría infinita de estar en ese instante en ese espacio, la unidad…) mientras gira la rueda de la bici recordando caminos repetidos.
Conozco esos caminos: el lugar de los árboles, la visión que hay detrás de alguna curva, el olor que en verano desprenden las higueras a la altura del kilómetro seis o el hito que nos habla de ese número. A veces el riel de otros ciclistas, la huella de otra rueda nos muestra otro camino o se une a nosotros: subraya con su rastro esa cuerda, esa unión, esa certeza de ser uno con todo. No lejos de nosotros camina otro latido parecido. En este caso un libro de prosas exquisitas que se llama No lejos y que se une al paseo.
La lluvia y el invierno van cambiando algunos derroteros, pero el curso de la vida y la memoria imponen su camino al de las aguas y puedo recordar en qué momento hay que cambiar de plato o cuando debo asirme al manillar con más firmeza. El viejo ritual de regresar a las sendas de siempre. Pedaleo despacio, las piedras y las curvas van trenzando compás y variación mientras yo intento apresar con mis ojos un fragmento de cielo y lejanía. No hay nada más allá. Tan sólo una cadencia repetida de ritmos superpuestos, mi sombra en el rodeno y un ápice de cumbre en la memoria. 
No creo que haya algo más intenso que esta azul plenitud de encontrar en el cauce de los días el caudal que nos mueve y nos hermana, la extraña comunión de compartir esa euforia común, estas ganas de estar y de cantarlo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

El yogur

Es mayo, treinta y uno. El sol sobre las cosas es aún el gesto despistado que una mano dibuja al despedirse.  Tú comes un yogur sentada junto a mí en el banco del parque. Yo miro alrededor y pienso en cómo hacer para parar ese ahora que pasa a toda prisa. Vivir con más conciencia cada paso. Sentir la intensidad de este momento. Tú comes el yogur muy lentamente, mojando la cuchara con la punta, ajena a todo aquello que yo pienso. Si seguimos así, el yogur durará hasta que se haga la hora de comer. Por un momento siento la tentación de darte prisa, de coger la cuchara y cargártela más. Qué tontos los adultos, cómo pasa delante de nosotros esa sabiduría que albergamos de niños. Vivir la eternidad consiste en eso: tardar más de una hora en comer un yogur.

París es una enorme metáfora

Viajar a París es, también, habitar el interior de un libro, transitar páginas que son calles, perseguir las huellas de los personajes, en mi caso de Horacio y de la Maga.”Huella y aura. La huella es el anuncio de una proximidad, por lejano que esté quien la dejó. El aura es el anuncio de una lejanía, por cerca que esté lo que la evoca. Mediante la huella, nos apropiamos de la cosa; mediante el aura, la cosa se apropia de nosotros”. La cita es de Walter Benjamin, de un librito con apuntes sobre la ciudad de París recientemente comprado en el Gu gg enheim de Bilbao y llevado de mi mano hasta el Louvre. Al fin y al cabo -aquí también- todo está lleno de puentes. Buscar correspondencias, que cada cosa remita a otra -un rostro a otro rostro, una frase a otra frase- es, en palabras de Benjamin, la verdadera esencia del flaneur . Y como tales nos dejamos llevar por las calles heladas y su fragor navideño. Escribe Proust: “Entonces, totalmente alejado de esas inquietudes liter
  “Quien educa tiene un jardinero en su interior porque siembra la semilla de la curiosidad para que sus alumnos florezcan por dentro” Santiago Beruete (Aprendívoros) Una de las mejores sensaciones que conozco es la de entrar a una clase por primera vez. Cruzar la puerta, encender la luz, situarse delante de la pizarra, y mirar todas esas caras nuevas que esperan a ver qué les cuentas. Durante unos segundos, el mundo se detiene en el vuelo de los dados que un dios desconocido lanza al aire. Hay un silencio expectante que espera una palabra, un gesto, una sonrisa, una mano tendida o un sonido que vuelva a poner el mundo en marcha. Es un silencio que no se volverá a repetir en todo el curso. No de la misma manera. Es el silencio compartido que dibuja en el aire un grupo de desconocidos que te mira desde sus pupitres mientras tú los miras a ellos. Sabes que vais a pasar mucho tiempo juntos, que en unos minutos el rumor de los pupitres se irá convirtiendo en algarabía. Sabes que vais a com