Henry D. Thoreau
Diarios
Y aunque es febrero aún, una no primavera se desanda silente
entre los árboles, detrás de las ventanas, debajo de la piel, en el latido
tenaz del corazón, en el silencio del cerezo dormido. ¿A dónde va ese polen que
no preña? ¿De qué fuego remoto proviene este deseo que quema en pleno invierno?
¿Qué atávico mandato nos pone del revés cuando se viene un poco de calor a
nuestros brazos? El mundo no responde, sólo ruge en las ramas, rebelde y pajarero se columpia. Su calor y su sed, su
sangre en vilo parecen a destiempo un nuevo renacer.
II
No anochece. Reverbera el jardín en los compases postreros
de la tarde, no se siente la muerte en el silencio de la noche que arroja,
prematura, su tiniebla en el campo.
¿Qué clase de espejismo desvela este latido? ¿Qué luna es el
cuchillo que desangra tanta luz en las
fauces del invierno? ¿Se abandonan los árboles a la flor sin saberlo o es la
flor quien florece repentina tras el tronco ya ajado de su otoño? Pregunto y no
hay respuesta. Tan sólo alumbramiento.
III
¿Y cómo detendremos esta savia?¿Qué dique de grisáceas
conjeturas impondremos ahora a la pujanza del pétalo que asoma entre las hojas,
si ya rompe la gasa en la madera que no perfuma aún el frío necesario?
Hay hilachas de humo imaginado deshaciéndose rojas en el
cielo, burbujas del fervor con que la sangre se abandona a sus ansias de izarse
contra todo. No crezcas para nada, le susurro a la nata del árbol y ella
ignora. ¿Quién puede contener esta rotura? ¿Quién puede detener el falaz sortilegio
de venir para irse?
No me escuchan las cosas. Prosiguen sus tareas. También mi
corazón sigue a la suya. Sólo puedo callar y resignarme, sentir la brisa amarga
sobre el rostro, escuchar, florecer. La vida es una eterna primavera a
destiempo.
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