
La luz de las nueve sobre el mundo inventa las cosas de
nuevo, las crea en su despedida: es la lucidez del enfermo antes de su
desaparición. La verdad del color queda en suspenso durante las horas
centrales, se desvanece su intensidad. Quizás porque el color nunca está quieto,
quizás porque tan sólo es puro en su abstracción. La montaña a las nueve en los
días de estío nos deja los colores verdaderos de las cosas: los verdes
amarillos del algarrobo, los verdes grises del olivo, el verde azulado del
romero. A las nueve de la tarde, quince minutos antes de la puesta de sol, todo
se precipita hacia su mejor versión: los cardos se visten de una gama infinita
de matices, desde el amarillo solar -casi fluorescente- de los cardos comunes,
hasta el azul más violáceo del cardo yesquero, el rojo tierra de las hojas
secas de la parra, el blanco verdoso y aterciopelado de las almendras
entreabiertas. Yo estoy buscando hinojos: amarillo manchado de polvo contra el
cielo poniente. Antes los veía a cientos. Casi no podía ver otra cosa. Ahora
tengo la sensación de que cada vez hay menos. Por alguna razón que desconozco
he sentido el capricho de oler una ramita. Supongo que buscando hinojos, afilo
la mirada. Porque todo en el campo remite a otra cosa. Al detenerme para
contemplar una orquídea silvestre (violeta desvaído casi rosa) a la que ya sólo
le quedan dos flores, descubro una mata de manzanilla amarga, una hierba que
este año estoy usando mucho para hacer vahos. Está completamente calcinada y
seguramente ya no me sirva (el amarillo de su flor es casi un grano de café)
pero saber que también crece en La Calderona, tan cerca de casa, me provoca una
gran alegría. Al final de la senda nos espera la fuente de Potrillos. Es una
fuente sin agua: ¿sigue siendo una fuente aunque no sacie la sed?.

El polvo de La Calderona es rojo y lo mancha todo, incluso
el color puro de las nueve. Hinojo solitario: savia de infancia. Manzanilla de
Mahón: campana del campo. Los nombres de las cosas revisten de sonido mi paseo.
Nombrarlas es hacerlas mías durante unos instantes. Buscar maneras de llamar a
las cosas que desconozco es como tratar de atrapar su color en un nombre. ¿Es
el escritor alguien que trata de atrapar las cosas? ¿Es alguien que quiere
fijarlas con la aguja de la escritura para que ya no puedan moverse? Delante de
mí, una mariposa blanca.
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