los artesanos de lo etéreo,
nuestras alas de cera,
el canto dado a nadie
y porque sí.
Felipe Benítez Reyes
“Y entonces se produjo un encuentro con
un profesor de literatura que estaba loco perdido. Tenía un aspecto alucinado,
llevaba los pelos de punta, la cara casi de color azul, bizco. Iban juntos
hasta el borde del mar y allí, a voz en grito, el profesor leía a Gide, a
Baudelaire (sus pasiones, sus amores). Deleuze dice que se transformó, dejó a
partir de ese momento de ser idiota. La enseñanza es un lugar privilegiado de
contagio del deseo. (…) Un profesor especial, atípico, se convierte en un
viento que barre toda la tontería.”
Maite Larrauri, a propósito
de Deleuze y del Deseo
Ha vuelto el
mirlo. Su sombra negra pasea por el césped buscando algún gusano que echarse al
pico. Parece que nunca se hubiera marchado, que fuera ayer su canto diciéndonos
la última lección de la primavera. Han vuelto muchos pájaros. Lo sé porque la
música que llega de los pinos es distinta también esta mañana. Igual que la
temperatura. Y el olor del jazmín tras la tormenta. Y la luz que dibuja
rectángulos encima de la hierba. Ha llegado el momento: el campo nos lo dice
con su idioma sutil, con su lengua de siglos.
Yo estoy
afilando lápices. He volcado el estuche del año pasado sobre la mesa de la
terraza. Allí están los bolis sin tapa y los rotuladores secos -ese pequeño
ejército multicolor que me acompañará de nuevo-, las gomas de borrar, los
pegamentos, las tijeras, las notas con corazones… Tirar lo que no sirve para
empezar de nuevo. Buscar la continuidad en lo que permanece. Cada acto
cotidiano encierra una lección que puede verse si uno se mantiene despierto. A
eso aspiro en este curso que empieza: a evitar que se duerman en todos los
sentidos.
Mientras tanto,
los pájaros seguirán a lo suyo. Y el olor del jazmín. Y la luz del rectángulo en
la hierba que atrapa mi atención esta mañana mientras limpio el estuche. Así
quiero empezar este curso, sin grandes expectativas, con el único deseo de
compartir algún tiempo y algunos conocimientos con un grupo de desconocidos que
poco a poco irán dejando de serlo. Estar despierto, mirar alrededor, no esperar
nada, asombrarse quizás, contagiar el deseo.
No se cómo
explicarlo, supongo que la poesía no se explica. Igual que este rectángulo de
luz, que atrapa mi atención esta mañana. Un rectángulo apenas sobre el césped,
entre el níspero y el olivo, donde esa sensación de eternidad que raramente
ocurre. Enseñarles al menos que la luz se evapora pero vuelve. Que el tiempo es
limitado e infinito a la vez. Que a veces las palabras encierran sortilegios
que nos salvan. Que después del invierno volverán a cantar todos los mirlos.
Que la sombra que linda, la limítrofe, irá descomponiendo la limpia geometría
de la luz. Y ellos me dirán: ¿y qué es limítrofe? ¿Y es linda porque es bella?
Y yo contestaré con los adverbios. Será la sombra sí, por toda luz, pero antes,
mientras tanto, todavía.
Comentarios
Publicar un comentario