Cuando era pequeña, mi madre me enseñó a doblar calcetines de una forma muy peculiar. Era una de las tareas domésticas que me correspondía hacer, así que el aprendizaje permanece intacto en mi memoria. Para no alargarnos demasiado en la descripción de la técnica, diremos que el método, al que podemos llamar método Ramiro, consiste básicamente en plegar el calcetín de un modo que facilita la puesta en el pie de su propietario. El proceso, como cabe imaginar, exige que cada calcetín sea tratado de forma individual antes de convertirse en esa bola informe que irá a parar al cajón junto a todas las demás bolas anónimas de calcetines.
Como hoy tengo algo de tiempo y el día además acompaña, me he dado el gusto de doblar los calcetines sin prisa, deleitándome en cada paso, mientras pienso en cómo doblarán los calcetines las nuevas generaciones y de qué modo esa forma de doblar será un signo de nuestro tiempo. Confirmo mis temores más tarde en Internet: las nuevas técnicas de plegado ponen el acento en el ahorro del espacio dentro del cajón y no en el gusto que da ponérselos si están plegados con el método Ramiro.
Aunque no todo es plegar. Mi abuela también remendaba los calcetines. Lo hacia con un huevo de madera que siempre estaba dentro de su cesto de costura. Lo ponía en la punta que tuviera el agujero (también llamado patata) y se pasaba la tarde recuperando los cabos sueltos, reagrupando los puntos, zurciendo y rezurciendo (porque había calcetines que llevaban hasta triple costura). Ahora vas al bazar de la esquina y tienes seis pares por un euro. No necesitas abuela, ni huevo de madera, ni una tarde entera para coserlos.
Disfrutar del hecho de estar cosiendo un calcetín una tarde lluviosa de noviembre y sentir esa cosquilla de privilegio que supone haber pertenecido a una estirpe de manos que aman y cuidan, es tensar en las tuyas un hilo invisible y mágico. Me quedo mirando mis calcetines en el cajón. Me gusta pensar en toda la historia que encierran. En el corazón que encierran dentro de su corazón. En la textil y delicada espera de ese pie al que abrazarse.
¿Como algo que aparentemente es tan intrascendente, puede verse de esta manera tan bella?
ResponderEliminarYo te lo explico amigo mío. Arte es la magia de transformar. El arte de la metamorfosis de lo insignificante en lo más grande.
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