¿Cómo pasan al poema las cosas que suceden?
¿Qué ocurre
después de la poesía
en el pino, en el huerto o en las rosas?
Antonio Cabrera, Corteza de abedul
Ahora que ya marchan los vencejos y que
unidos al giro de su grito se me vienen los versos que una vez escribiera;
ahora que con ellos han volado los años que anunciaban al compás de su vuelo;
ahora o quizás antes -porque todos los tiempos sucesivos se acaban
confundiendo- comprendo que las cosas ya nunca son las mismas después de haber
escrito sobre ellas.
Tampoco tras leerlas pues se inscribe en la
cosa real su copia en carboncillo, su tachadura métrica, su velo de papel: davant
de la mar, un queda sempre amb un pam de nas. La mar és impintable,
indescriptible, inaferrable, incomprensible i d’una indiferència total. Yo
miro el mar a través de Pla. Lo miro cuando lo tengo delante y pienso en los
adjetivos. Y también cuando no está. Lo miro cuando no está: pero los adjetivos
siguen.
¿Cómo recuperar una visión limpia del
mundo? ¿Una visión que no tenga sombras de lo que fuimos, de lo que leímos?
¿Acaso sería interesante esa visión? Una visión del mundo despojada de ecos, de
lecturas, de recuerdos…
Continuo en la playa. El niño está ahora
delante de mí: se asoma al mar. Yo me asomo con él, voy de su mano. El mar, que
está vacío de juegos anteriores, de natación, de veranos, se abre ante mis ojos
repleto de emoción, pero sin música. Encanto sin palabras, sin anclajes,
¿existe la belleza sin esa red de experiencias trenzadas que nos va regalando
la vida?
No lo puedo evitar: de la mano del niño acuden
unos versos de Carlos Marzal, están en el mar que yo contemplo, junto a los
adjetivos de Pla, junto a las aventuras de Conrad, junto a las escenas de
Banville… Junto a tantas miradas y palabras, junto a los mares de tantos, innumerables
como las olas:
El mar y el niño se observaron tensos,
como las criaturas más salvajes.
Tanteaban sus fuerzas,
recelosos,
en una esgrima tácita.
Hasta que el niño desplegó su índice,
y al señalar el mar,
creó desde la nada el mar primero,
fundó desde su amor el horizonte.
Corrió el niño hacia el agua,
y el animal, sumiso,
lamió sus pies descalzos. Para siempre,
tomaron posesión uno del otro,
señores a la vez, mutuos esclavos.
como las criaturas más salvajes.
Tanteaban sus fuerzas,
recelosos,
en una esgrima tácita.
Hasta que el niño desplegó su índice,
y al señalar el mar,
creó desde la nada el mar primero,
fundó desde su amor el horizonte.
Corrió el niño hacia el agua,
y el animal, sumiso,
lamió sus pies descalzos. Para siempre,
tomaron posesión uno del otro,
señores a la vez, mutuos esclavos.
Carlos Marzal. Ánima Mía
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