
NIEVE
Sólo nevó una vez.
Era domingo.
Tú llegaste a mi cuarto muy temprano.
Yo corrí hasta el salón.
Mis ojos no alcanzaban la ventana
y tú me levantaste entre tus brazos.
Y mira, me decías, mira el cielo.
¿Ves los copos minúsculos flotando
por el aire, allá al fondo, en los tejados,
cubriendo las aceras y los bancos,
los árboles del parque, las cornisas?
¿Los ves? Es un milagro.
Aquí no nieva nunca.
Y yo miraba atenta, embelesada
lo mismo que miraban tus pupilas,
la ingrávida cadencia de la nieve,
el peso de las nubes.
Después de aquel domingo
he visto muchas veces la tormenta,
el rayo, el aguacero,
he visto otras heladas y otros vientos,
ninguno ha disipado aquel instante,
nunca ha vuelto a nevar sobre esta tierra.
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