Esta noche he soñado que plantaba cerezos. Eran tiernos y
leves como hojas de bambú. Yo cuidaba su tierra con esmero y ellos desplegaban
su belleza de flores, la potencia futura de su abrazo y su sombra. Después se
ha ido borrando con un fundido en blanco.

Son tantas las combinaciones, tantas las posibilidades, que
a veces cuando trato de escribir es como si tuviera que abandonar mi casa
urgentemente y sólo pudiera coger un objeto: un súbito desasosiego me paraliza y tengo
que ponerme a hacer otra cosa.
Ha sido dulce y lógico el sueño de los cerezos, lo que creo
que mi inconsciente me quería decir en estos días de andar cerrando páginas y
versos: que escribir no ha de ser ese miedo al vacío o esa lucha insistente por
hallar la palabra.
Es más bien como plantar cerezos y esperar a que llegue la
primavera.
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