I
Y ahora bajo el sol parece tan sencillo dejarse ir, hacerse
volumen con lo sólido y estar, tan sólo estar, callada, abierta a la evidencia
de esta luz que es calor y que penetra,-no pensar, no elevarse, no salir-
aferrarse a la entraña, estarse dentro, ser uno con la piedra, con el mundo, y
escuchar las pisadas y sentir esta calma vacía y expectante de lo inmóvil.
II
Del sol nos reconforta esa extraña manera que tiene de
posarse en las cosas más hondas. El sol en la dulzura y acidez de este trozo de
melocotón que me llevo a los labios, el que cambia mi sed por la luz penetrada
que ahora me penetra a mí también y me ciñe en su abrazo manso y breve, su
frescura de luz sobre la arena.
III
No hacer nada. Flotar. Perseguir peces de colores mientras
el sol irisa las aguas turquesas. Todo lo que se mueve compone una canción que
nadie escucha. Las algas, por ejemplo, que se abren y se cierran al ritmo de
las olas y se dan a los peces y al silencio del mar y al vagar de mis ojos que,
durante unos breves segundos, se hacen algas también. Anémonas, padinas,
posidonias. Se mecen. Nos mecemos. En un mismo silencio compartido.
IV
Que todo pasará. Y también este día glorioso de verano bajo
un sol inclemente que no sólo ilumina, transparenta las cosas con su aguja de
luz y las hilvana y atraviesa los días en la hebra de los tiempos sucesivos.
Que también pasará la cierta percepción de este momento. Mas no su duración:
vacío es el olvido, mi luz en un espejo. Cuántas veces el sol se ha enredado en
la espuma de las olas que rompen en la orilla. Cuántas veces lo hará en las
hojas en blanco donde sueño que escribo.
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